Onawa*
escuchaba inquieta los consejos del viento mientras curtía las pieles
con sesos; el resultado era muy apreciado por el hombre blanco, aunque
ése día todo presagiaba sangre y palabras de serpiente. Presentía que la
tribu nunca comerciaría con aquellos cueros en los que se afanaba. Miró
al cielo, donde el águila seguía volando al revés, y buscó algún
motivo para refrenar el acelerado latido de su corazón. El joven
Hache-hi Wattan se detuvo junto a ella con el ceño fruncido: había
tratado sin éxito de advertir a Mo'ohtavetoo'o, el jefe cheyenne al que
los soldados llamaban Black Kettle, de que las señales para que
trasladaran el campamento no podían ser ignoradas: los arapahoes temían
por su pueblo.
El frío se hizo más intenso y los coyotes aullaron cuando la tierra tembló bajo los cascos de la caballería de Colorado. La
matanza sin contemplaciones de mujeres y niños, la brutal carnicería
sin sentido, tiñó para siempre de rojo y de vergüenza las banderas
estadounidenses que ondeaban en los tipis.
Onawa vio
morir a su padre, a sus hijos, a toda su gente y juró vengarse, mientras
ella misma se desangraba impotente, de aquellos que arrancaron sus
cabelleras y miembros para exhibirlos como trofeos.
Fue
después del desfile de Denver cuando, uno a uno, los soldados que habían
participado en la masacre fueron muriendo, siempre al amanecer, tras
haber soñado ser víctimas de la furia de un bisonte enloquecido.
(* Onawa: grandioso amanecer)
Mi participación en el concurso de microseñales de David Moreno http://microseñalesdehumo.blogspot.com.es/2014/08/17-sand-creek-eva-garcia.html
De leyenda, Eva, muy bonito. Te deseo mucha suerte.
ResponderEliminarGracias Izaskun. Los indios me van...;)
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