Desde la nube
“Deberías airearte un poco”, me repetían continuamente. Pero
cuando me esfumé no supieron qué hacer con mis partículas.
El santo
Deberías airearte un poco, le susurro soplándole suavemente
el polvo del flequillo. Pero, claro, solo es un modo de hablar: en realidad es
mejor que no le saque fuera, donde el sol y el viento pueden desmoronar la paz
de su cuerpo incorrupto. Mamá dice que manteniéndolo en casa nunca borraremos todo
el daño que nos hizo, pero al menos nos indemnizará. Y es que se nos ha
ocurrido cobrar entrada a los que quieran ver el milagro.
Remedios
“Deberías airearte un poco” me recomendó el médico. Desde
entonces comencé a subir todas las tardes a la torre del campanario. Me ha cambiado
la vida: ahora ya sé dónde va Marta cuando dice que va a misa, por qué Felipe
ha dejado de hablarme y quién me mandaba los mensajes anónimos que me volvían
loco. Mañana subiré a airearme con la escopeta de caza.
Relatos presentados a la Semana 3 de la VIII Edición de Relatos en Cadena (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )