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lunes, 7 de septiembre de 2015

Cuenta 140 del Cultural


Tema: "Los yates"

*El mío era chiquitito y de papel.

*La línea de flotación era decisiva: ellos no luchaban cada día por no hundirse.

*Tras el tsunami, todas las astillas servían para calentarse.

*A salvo del escorbuto y de las pulgas, proclamaron que navegar era un placer.

*No había pintura anti-fouling que repeliera cuñados, así que empezó a ser tolerante con  los caracolillos.

*Lo que realmente le hacía vomitar eran las rémoras viscosas, ávidas de parasitar el casco.

*Se sentía poderoso rasgando el océano con su quilla blanca, hasta que un día el mar se vengó arañando su arrogancia con unas  rocas.

*Se planteaba vender su yate cada vez que los veía felices en aquella chalupa.

Finalista :
* Dejó que siguiera creyendo que los pequeños cadáveres que veían flotando  eran muñecos, por no estropear sus vacaciones.

Ganador semanal:
 * Asomada a la borda del yate para ver las pateras sintió vergüenza y corrió a por un pareo que cubriera su blanca piel. 


Despojos



Consumismo
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas: su cerebro no hallaba palabra que definiera aquella montaña de aparatos tecnológicos idénticos a los que acababa de ver en el escaparate de una tienda. Cerró la tapa para asegurarse de que no estaba  husmeando en una propiedad privada en vez de en la basura, pero no era así. Decidió seguir su camino y buscar otro donde hubiera deshechos de gente coherente.

Técnica del avestruz
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas, así que lo cerró rápidamente en un intento de ignorar su posible Alzheimer: era  un lujo que no se podía permitir.

Reseteo
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas: recordaba que, cuando la veía en carnes ajenas,  llamaba de otra manera a su reciente marginalidad. También le sonaba que existían otras palabras, en tiempos más felices, con las que denominaba el reciclaje de alimentos al que ahora se dedicaba. Sospechaba, además, que muchas de las posesiones que había tenido, ya no tendrían cabida nunca más en su vocabulario. Y fue entonces cuando, sintiéndose reubicado por fin y liberado del lastre de los prejuicios, flotó por las aceras contagiando sonrisas.

Memorias
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas, así que decidió meterse  dentro hasta que recordara todas y cada una de las que realmente importaban.  El camión de la basura se encargó de espantar sus lagunas mentales y aclarar sus prioridades definitivamente. Cuando  encontraron su cuerpo, nadie fue capaz de recordar quién era.

Donde la M
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas: aquello no podían ser patatas, aunque lo parecieran. Ni lo otro, pegado a una especie de esponja circular, carne, aunque tuviera su color. Y lo verde… ¿lo verde sería lechuga? ¡Ni de lejos!
Asustado, cerró rápidamente la tapa y decidió no acercarse nunca más a la basura de aquel restaurante de ¿comida? rápida. Ahora entendía por qué nadie husmeaba en esos cubos: hacían perder la memoria de lo bueno.

En la frontera
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas porque no era capaz de calificar aquel horror de cuerpos apilados como sacos. Con lágrimas que desdibujaban el espectáculo, el pecho oprimido y la náusea estrangulando la supuesta rudeza de su autoridad, dio orden de averiguar si quedaba alguien vivo mientras llegaban los servicios de emergencia. Él mismo puso manos a la obra. Dejó su mente en blanco hasta cumplir su misión: después, desgraciadamente, ya lo recordaría todo.



Relatos presentados a la semana 1 de la IX Edición de Relatos en Cadena.  (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )

martes, 1 de septiembre de 2015

La noche de los ciervos volantes

    Era uno de esos anocheceres mágicos del verano en los que, mientras la luz se diluye en violetas y naranjas, el calor por fin agoniza. La banda sonora, a cargo de la familia Gryllidae, acompañaba el impactante vuelo de decenas de Lucanus cervus entre los Quercus robur ; las siluetas de silenciosos quirópteros y Caprimulgus , daban vida al resplandor de la luna.
     Resultaba sorprendente la naturalidad con la que brotaban aquellos latinajos de mi cerebro, dado que ni siquiera recordaba mi propio nombre, ni sabía por qué me encontraba a esas horas en un bosque. No era menos intrigante el hecho de que mis manos sostuvieran una caja chorreando sangre y una pala.
     Levanté la tapa y vi un hermoso persa azul degollado… ¿Sería mío? ¿Sería de un vecino? ¿Sería la víctima de algún sacrificio?
     Lo que parecía indudable era mi propósito de deshacerme del cadáver. Así que, bajo una Castanea sativa centenaria, enterré al gato, arranqué una hoja de un cuaderno de campo que llevaba y, tratando de dignificar su tumba, escribí:  “Al Felis silvestris catus desconocido”.
    Después busqué otras pistas en los bolsillos que esclarecieran si mi verdadera identidad, presuntamente naturalista, se había entregado al satanismo. O viceversa.



Relato presentado a la quinta propuesta del 2015 a ENTC, tema: Epitafios, por el día de los difuntos. (http://estanochetecuento.com/la-noche-de-los-ciervos-volantes-eva-garcia/ )