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sábado, 24 de octubre de 2015

Amanece Metrópolis

 Zoología de los celos

«Ella era una mariposa iridiscente. La capturé para que revoloteara, feliz e ingenua, a mi lado.
Un día dejó un rastro de babas: mi mariposa se había transformado en caracol. Se deslizaba grácil sobre una lámina de agua que reflejaba su belleza, segura de sí misma, elegante y escurridiza. Sospeché que ya no era mía, que su frescura me era ajena, que los cuernecillos que agitaba con descaro hacían guiños a los demás: en mi imaginación escuchaba su risa, dentro de la concha, burlándose de mí. Comencé a espiar sus desplazamientos, el brillo de sus antenas, la humedad que siempre parecía desprender. Entonces quise conocer lo que escondía hasta la última circunvolución de su cáscara.
Y le hice un agujerito, para mirar.
Ella empezó a secarse, poco a poco. Ya no resplandecía en sus caracoleos, ya no dejaba huellas de plata y cada vez pasaba más tiempo dentro del caparazón profanado, sin asomarse.
Fue peor: no soportaba no verla, ignorar qué hacía allí dentro. Pensé en las babosas y en los gusanos, que no necesitan llevar protecciones en las que refugiarse.
Y decidí coger un martillo, dispuesto a completar su metamorfosis».

Mi primera colaboración en la recién inaugurada sección de microrrelatos de la revista Amanece Metrópolis

martes, 6 de octubre de 2015

Despojos



Novato
El puñetero ojo de la cerradura lloraba sangre: algo había salido mal en el truco de la caja acuchillada con la mujer dentro.

Muggles
El puñetero ojo de la cerradura escupía todas las llaves, así que Harry recurrió al hechizo ‘Alohomora’ de toda la vida. Su vecina se lo agradeció igualmente, con su truco para convertir simples magdalenas caseras en toda una delicia  .

Bruja
El puñetero ojo de la cerradura se contraía, la antipática ventana del cuarto se volvía opaca y las insolentes paredes se engrosaban para no dejarme ver ni oír lo que hacía mi hermana en su habitación. Cuando salió triunfante, con una sonrisa en los labios y aquella muñeca tan parecida a mí, recordé que era mi cumpleaños y me eché a llorar sintiéndome indigna mientras una bruma rojiza se agitaba satisfecha dentro de la bola de cristal que había en su mesilla.

Conciencias
El puñetero ojo de la cerradura dejaba pasar el aire frío de la calle y apagaba las velas, no había otra explicación. Ana temblaba de miedo, Gloria estaba pálida y descompuesta, y yo trataba de demostrarles que los espíritus no existían, que Jaime no nos tiraba del pelo desde el otro mundo y que no podía odiarnos por haberle empujado desde el precipicio porque estaba muerto. Aunque la flecha de la Ouija  parecía empeñada en llevarme la contraria, contestando sin piedad preguntas que ni siquiera le habíamos hecho.

Celos
El puñetero ojo de la cerradura apareció morado aquella mañana, como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Papá dijo que los ladrones  habían marcado la casa como fácil de robar, mamá cogió una bayeta con disolvente y restregó con fuerza, y yo, furioso, miré el rastro violeta de  spray en las manos de mi hermano: el corazón que había aparecido en el muro del colegio rodeando el nombre de Laura era del mismo color.

Coartada
El puñetero ojo de la cerradura pestañeó: eso fue lo que me detuvo cuando intenté  abrir la puerta. Antes de atribuirle propiedades mágicas, investigué racionalmente buscando  alguna araña que hubiera decidido cobijarse en él. Pero no. Mi primera impresión había sido correcta: tenía unas largas pestañas que enmarcaban un precioso iris verde, con su correspondiente pupila. Y me observaba: ¡no fui capaz de herir a aquel prodigio con los dientes de la llave! Esa es la verdadera y única razón, señoría, por la que esa noche no pude entrar en la casa y, por lo tanto, resulte imposible que estuviera presente a la hora del crimen.


Relatos presentados a la semana 5 de la IX Edición de Relatos en Cadena.  (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )