La maquinaria de la nave era aún más aterradora por las noches:
el ruido de aquel gigante respirando eclipsaba el suave ronquido de los
abducidos. Aunque, cuando el burbujeo del oxígeno disfrazaba de submarino la
estancia, era posible bucear hasta el océano de la Tierra y que las estrellas marinas
iluminaran el sueño.
Pero por la mañana volvían los extraterrestres con sus máscaras,
dispuestos a extraer todo tipo de muestras, clavar agujas y hacer mil
preguntas. A veces trasladaban a la gente hacia salas tenebrosas, llenas de
aparatos con cámaras y rayos. Y, a todas horas, hacían circular bandejas
repletas de alimentos y vasitos con píldoras de colores.
Jaime ya estaba harto de aquella aventura espacial. Había
presenciado cómo teletransportaban a Felipe para siempre al planeta más lejano:
cerraron las cortinillas de improviso y al abrirlas había desaparecido, sin
despedirse.
Así que esa tarde prometió vehementemente que nunca más
volvería a creerse un astronauta, ni a intentar volar sin cohete y suplicó a su
madre volver a casa cuando fue a verle.
Ella miró con tristeza la cama vacía de al lado y eso le
asustó porque, esta vez, no parecía tener
el poder para lograr que el juego terminara.
(A Marina y, sobre todo, a Marité)
Relato presentado a la segunda convocatoria de 2016 de Esta Noche Te Cuento como homenaje a los viajes espaciales http://estanochetecuento.com/09-secuestros-eva-garcia/
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