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viernes, 1 de septiembre de 2017

Renacimiento



  Cuando desperté, muchas cosas ya no estaban donde habían estado siempre. En la tiniebla aturdida de vapores dulces que me atenazaba sólo hallé consuelo a aquel crujido de mi horóscopo imaginando un cuadro luminoso en mi mente. Cobalto entre dunas siena, nubes escarlata, gotas doradas y reflejos de azabache sobre un desierto de gemas ígneas me ayudaron a huir del frío blanco de aquella catedral de dolor.
  
  La realidad me requería, sin embargo, así que moví la cabeza como respuesta a las voces que trataban de arrancarme del delirio de colores. Entonces vi los cables y los tubos y percibí que una música diferente había invadido el mundo mientras dormía. Recordé por qué estaba allí, en manos de otros artistas que, con aguja, hilo y bisturí, cercenaban lo terrible rescatando lo sano para esculpir vida.
  
  Supe que alguno de ellos había tatuado una enorme cicatriz en mi vientre y otras tantas en mis entrañas: sobreviviría sin que muchos órganos resonaran más dentro de mí. Respiré, aliviada, el oxígeno a raudales que me ofrecían.

  Y cerré los ojos.  Y volví a empuñar mis pinceles invisibles en su honor: brotes traslúcidos, un disparo cobrizo, plata lunar y zumo verde de lágrimas esperanzadas.


Relato presentado al quinto bimestre de 2017, dedicado a los artistas, en el blog Esta Noche Te Cuento (http://estanochetecuento.com/renacimiento/)

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