Cuando desperté, muchas cosas ya no estaban donde habían
estado siempre. En la tiniebla aturdida de vapores dulces que me atenazaba sólo
hallé consuelo a aquel crujido de mi horóscopo imaginando un cuadro luminoso en
mi mente. Cobalto entre dunas siena, nubes escarlata, gotas doradas y reflejos
de azabache sobre un desierto de gemas ígneas me ayudaron a huir del frío
blanco de aquella catedral de dolor.
La realidad me requería, sin embargo, así que moví la cabeza
como respuesta a las voces que trataban de arrancarme del delirio de colores. Entonces
vi los cables y los tubos y percibí que una música diferente había invadido el
mundo mientras dormía. Recordé por qué estaba allí, en manos de otros artistas
que, con aguja, hilo y bisturí, cercenaban lo terrible rescatando lo sano para
esculpir vida.
Supe que alguno de ellos había tatuado una enorme cicatriz
en mi vientre y otras tantas en mis entrañas: sobreviviría sin que muchos
órganos resonaran más dentro de mí. Respiré, aliviada, el oxígeno a raudales
que me ofrecían.
Y cerré los ojos. Y
volví a empuñar mis pinceles invisibles en su honor: brotes traslúcidos, un
disparo cobrizo, plata lunar y zumo verde de lágrimas esperanzadas.
Relato presentado al quinto bimestre de 2017, dedicado a los artistas, en el blog Esta Noche Te Cuento (http://estanochetecuento.com/renacimiento/)
No hay comentarios:
Publicar un comentario