Aquel jueves los gatos no maullaron pidiendo leche: así supo que algo
sucedía. No se oía el trajín de Carmen ordeñando, la cántara estaba
derramada y un bulto inmóvil obstaculizaba la entrada al establo.
José sobrevivió a la distorsión de esa y las siguientes jornadas, a
todas las diligencias, ritos, deberes y emociones en silencio. Cuando
por fin todos marcharon, rastreó el último aliento de Carmen y maldijo
su capricho de haberle dejado tirado, solo, en medio de la vida.
Desde entonces, tras el canto del gallo, un tazón de leche con sopas
le esperaba en la cocina, los huevos del corral amanecían en la cesta y,
mientras él trabajaba en la cuadra, el caldo hervía lentamente, la ropa
se lavaba, el suelo se barría y el agua ascendía sola hasta el brocal
del pozo.
José, acostumbrado a no ocuparse jamás de esas cosas, apenas se
percataba de tales prodigios, como tampoco le parecía extraño vislumbrar
retazos de tela blanca desapareciendo por los rincones.
Lo que sí le maravillaba era que ni el veterinario ni el maestro
supieran darle razón de por qué las andoriñas volaban en círculos sobre
su cabeza, vigilándole, cuando abandonaba la casa o salía al prado.
Relato presentado al sexto bimestre de 2017 del blog Esta Noche Te Cuento dedicado a los seres mágicos (http://estanochetecuento.com/02-a-dama-do-castro/)
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